Caracas, 7 de noviembre de 2021
Estoy convencido de que los grandes avances de la humanidad han sido empresas privadas. Quizá no todos los más importantes, pero sí la mayoría. Uno de los ejemplos más emblemáticos son los viajes de Colón, los cuales, si bien promulgados por la corona española, fueron financiados por mercaderes italianos que estaban interesados en una participación. Es decir, invirtieron en “bonos” de alto riesgo, pero de gran rendimiento.
Venezuela no ha sido la excepción. El desarrollo comercial y tecnológico se ha dado a través de una empresa privada que ha podido desarrollarse gracias a un Estado que la respalda. Uno de los ejemplos más increíbles lo tenemos con Ricardo Zuloaga, quien fue el creador de la electricidad de Caracas y el precursor de las centrales hidroeléctricas en el país. Es decir, un privado que, con su emprendimiento, generó un bien público masivo. Y siempre sucede así. Por más pequeño que parezca el emprendimiento, el incentivo en la economía es un beneficio colectivo.
Un dato interesante al respecto lo leía hace poco sobre Henry Ford y los carros ecológicos. A Ford se le tiene como uno de los precursores del mundo automotriz y como el creador del sistema de producción en cadena. Pero otro aspecto, quizá desconocido, era que ideó el Soybean Car, un vehículo hecho con materiales provenientes de la agricultura. Una conciencia ecológica insólita hace 80 años, cuando el resto del mundo estaba pensando en guerras mundiales y las emisiones de CO2 eran la menor preocupación.
A propósito de ello, esta semana se dio la reunión del G20 en Roma. Los líderes se reunieron en torno a muchos temas, siendo el ambiental el más importante. El grupo de 19 países -que son responsables del 80% de las emisiones de gas en el mundo- tomó la misma postura discursiva en torno al tema. Pese a que, a diferencia de otros años, los compromisos fueron poco extraordinarios. Quizá porque el mundo actual sea mucho más complejo que hace un par de años atrás. El Brexit signó la tensión del encuentro (sobre todo entre Reino Unido y Francia, por el tema de la pesca). También lo hizo el COVID-19 y la recuperación económica. Además, de la tensión por los submarinos, lo que hizo que el propio Macron llamara mentiroso al Primer Ministro Australiano.
Sin duda el protagonismo del G20 se lo llevó Francia, pero Reino Unido no se quedó atrás. Este último es el hijo rebelde que dejó su casa, pero que regresa de vez en cuando a comer. Dramático resulta el video de Boris Johnson dentro del Coliseo admirando la grandeza romana y pensando quién sabe qué. Tal vez haciéndose una idea del futuro romantizado e idealizado que quiere construir. Pero sin darse cuenta de que a su alrededor no hay grandeza, sino ruinas.
Nota al pie: La Mona Lisa en subasta
Pasado mañana, 9 de noviembre, se subastará una copia casi exacta de la célebre Gioconda de Da Vinci. La misma tiene un valor extraordinario, no sólo por tratarse de un trabajo majestuosamente logrado, sino porque data de principios del siglo XVII, sólo un siglo después de que Leonardo terminase la original. El autor se desconoce, pero se presume: se trata seguramente de algún miembro de la Ecole de Fontainebleau, que tuvo que pintar el cuadro frente a la obra original para lograr el tremendo acabado. Además, destaca que se materializó sobre roble, haciendo uso de la sfumatura. Toda una obra de arte que tiene poco que envidiarle a un original.
Pese a ello, una copia siempre será una copia. Incluso el mismo Leonardo sería incapaz de replicar las pinceladas exactas de su misma obra. La capacidad humana de crear tiene límites y cada producto tendrá resultados distintos. Algunas veces quizá imperceptibles para el ojo poco entrenado, pero sí para aquellos que dedican su vida a criticar el arte.
Esta limitación puede acabar gracias a la tecnología, que bien podría recrear con exactitud la obra de un finado. Al menos eso pretende el proyecto Next Rembrandt de Microsoft, que busca “revivir” al artista, creando copias exactas de sus cuadros. De ser posible, se abre el debate: ¿puede una copia exacta valer lo mismo que el original? Y, más allá de eso, ¿si se masifican dichas copias el valor de las obras originales no caería considerablemente? Democratizar el arte podría ser el futuro, imagínense que todos podamos disponer de un Da Vinci en nuestra sala, creado por un robot, tan fácil -y económico- como imprimir una fotografía. No me quejaría.
@NelsonTRangel
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