Caracas, 14 de noviembre de 2021

Casi dos años después del inicio de la pandemia el mundo se sigue contagiando. Según las cifras oficiales vamos para 250 millones, pese a que ciertos estudios han determinado que los casos detectados podrían ser 10 veces menores a los reales. Es decir, ¿dos mil quinientos millones de contagiados? Suena exagerado, pero no irreal. Al menos aquí en Venezuela cuando pareciera que todos se han contagiado, y recontagiado. No quisiera generalizar descarada e irresponsablemente, incurriendo así en una falacia. Pero dentro de mi círculo de conocidos -incluso lejanos a mi-, no existe alguien que no haya contraído la enfermedad.

Ya hay una cura, que Reino Unido aprobó apresuradamente. Lo mismo hizo con las vacunas, siendo uno de los primerísimos países en comenzar con la vacunación. Al principió salió bien, antes de que el COVID luchara de vuelta y empezara con el tema de las variantes. Vacunar masivamente ayuda a reducir la mortalidad, está comprobado, pero no tanto la transmisibilidad. Para esto último quedan las arcaicas medidas de contención: distanciamiento social y mascarilla. Estas ayudan, pero no son garantes para evitar la enfermedad.

El COVID ataca también psicológicamente, lo hemos dicho varias veces, directa e indirectamente. Ahorita hay un nuevo fenómeno: el tourette digital. No es COVID, pero se contagia; no es Tourette, pero se parece mucho. De esta forma, muchos niños publican por tiktok una cantidad de tics que dicen que son productos de la enfermedad. Pero la misma no se desarrolla en adolescentes, y tampoco en pocos meses. Lo que termina siendo una imitación involuntaria de lo que se ve en las redes. Redes, que resultan el único escape en un mundo de distanciamiento social.

Empatía en tiempos de pandemia

Ahora hagamos un ejercicio hipotético. Imagínense vacunarse, respetar las medidas y, no obstante, contagiarse. Luchar en casa y luego en el hospital contra una enfermedad que ataca cuerpo y mente por igual. Pese a todo, superarlo. Volver a casa y encontrarse que la vivienda ha sido tomada por una persona extraña que ha cambiado, incluso, el nombre en el timbre. Querer entrar, no poder, y tener que irse a dormir a la casa de un familiar.

Esto no es ficción, le ocurrió a Ennio di Lalla, 86 años, residente de Roma. Quien tuvo que vivir casi un mes fuera de casa hasta que la policía, finalmente, sacó a la ocupante. El humano luchará un par de años más contra el COVID-19, pero seguirá luchando, permanentemente contra sí mismo. Porque en tiempos como los actuales, en vez de existir una solidaridad, reina la viveza que no conoce empatía alguna.

Nota al pie: un Forrest espacial

Cuando eres millonario los placeres de la tierra parecen no bastar, lo que exige apuntar a las estrellas. Así fue como Jeff Bezos, fundador de Amazon, despegó el primer vuelo comercial de su empresa, Blue Origen, con tripulantes cuya formación dista de ser astronáutica. Esto a finales de Julio, el 20, lo que revolucionó la atención y generó una nueva carrera espacial. Esta vez no con una guerra fría de por medio, ni tampoco con la intención de colocar bases militares en la luna. Una guerra comercial, meramente capitalista y privada (pese a que la NASA evidentemente está involucrada) entre los súper ricos que quieren conquistar las estrellas.

Son tres los principales competidores: Richard Branson, con Virgin Galactic; Elon Musk, con Space X y Jeff Bezos, con Blue Origin. Una carrera sana que, en búsqueda del lucro o de la fama, hace que el mundo avance. Tal y como lo decíamos la semana pasada, el interés comercial siendo el principal promotor del avance de la humanidad. 

Pero no todos son súper millonarios y no todos los millonarios están dispuestos a viajar al espacio. Y no lo digo porque tengan temor o porque les falte curiosidad, sino porque el viaje de 11 minutos en Blue Origin cuesta 28 millones de dólares. Es decir, casi 3 millones de dólares por minuto en el espacio. Esto lo supimos por Tom Hanks, quien durante una entrevista con Jimmy Kimmel expresó su voluntad de ir, más no de pagar. El actor, que tiene un capital conjunto con su esposa estimado en 400 millones, ve absurdo despilfarrar, en 11 minutos, 7% de su patrimonio. Y no le falta razón. 

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