Caracas, 16 de enero de 2022
No hace falta recomendar las series que todos han visto, sobre todo cuando han causado un furor general. Acabo de terminar la más reciente temporada de La Casa de Papel, aquella serie española que encantó al público en 2017 y llevó a Netflix a adquirirla. La revolución generada por la misma fue impresionante: sus personajes, su música, su trama. Todo pareció encantar. Pero, como bien decía Louis Blanc sobre la Revolución Francesa, no existen cómplices más útiles para los enemigos de una Revolución, que los que la exageran.
Con esto quiero señalar el problema que tienen muchas series que se dejan llevar por el éxito de las taquillas: su exageración. La Casa de Papel debió terminar en la segunda temporada, y lleva cinco. Una serie perfectamente ejecutada, con una trama consistente y encantadora que tuvo un cierre genial. Ahora, tres temporadas innecesarias más tarde, los huecos en su trama son demasiados para enumerar. Así, es cuando la belleza en la sencillez se pierde y el producto es una aberración que afecta, incluso, a la obra original.
Durante la serie se discuten los conceptos del bien y el mal. Las dos fuerzas chocan y te hacen dudar quién representa a cada cual. El orden establecido en teoría es el bien, pero la simpatía generada por los protagonistas se presta al cuestionamiento. Pero al tema no hay que darle mucha cabeza, puesto no se trata de un tratado filosófico hobbesiano, sino de una serie televisiva que busca simplemente entretener. De hecho, este es precisamente el problema que traen las narcoseries, ya que en éstas se tratan personajes reales, que deberían de permanecer en la memoria colectiva como símbolos de maldad, y no como íconos de admiración.
Volviendo a La Casa de Papel, parece ser que en Torino quisieron grabar, “en vivo” una sexta temporada. La trama era sencilla, mucho menos elaborada y mucho menos ambiciosa: dos hombres (uno de 43 y el otro de 73) decidieron robar 320 mil euros de un banco. Los nombres claves de los protagonistas: “Profesor” y “Helsinki”, siendo la primera vez que vemos al Profesor involucrarse directamente en el robo. Y no tras batidores coordinando todo a distancia como suele hacer.
Esto fue real y los atraparon al poco tiempo. Buscaron inspiración en la serie, pero les faltó desarrollo y cabeza. Fue, básicamente, un robo común, a mano armada. Con pistolas semiautomáticas y sin disfraces -quizá porque en la última temporada igual ya todos conocen sus caras- procedieron con el plan. De este no tendremos más temporadas, ni siquiera adaptación a la televisión. No fue sensacional, sino la comedia de un thriller. Lo que nos confirma que no todas las adaptaciones salen bien y que un robo como los de la serie son sólo posible ahí, a través del televisor.
Ahora sólo cabe rogar para que busquen dramatizar la nueva sensación de Netflix: El juego del calamar. Pese a que ya en Caracas hemos visto los disfraces de personas repartiendo tarjetas. Espero que se trate de una broma nada más.
Nota al pie: ruptura telemática
La tecnología, sin duda, ha cambiado la forma en la que nos relacionamos. Atrás quedaban aquellos momentos de emotiva presencialidad en la cual los amantes se expresaban de frente. No puedo dejar de ver, cada vez que voy a un restaurante, como son pocas las parejas que pueden dejar a un lado el celular. Ahora, lo más bonito se pierde a través de las pantallas, dejando escapar los momentos “vividos” y menospreciando la vida a través de los ojos, para cambiarla por aquella que se ve a través del celular.
Pero cosas buenas también ha traído la tecnología, acercando a las personas y reduciendo considerablemente la brecha generada por la distancia. Normal es ver -por tan sólo dar un ejemplo- como la unión en sagrado matrimonio se gesta bajo el lente de la cámara, con un público telemático a kilómetros de distancia.
Aunque estas vías también se prestan a las rupturas, y no sólo sentimentales. El CEO de better.com, Vishal Garg, sostuvo una reunión vía Zoom con 900 empleados, 9% de su fuerza de trabajo. En ella, les dijo: “si estás aquí, es porque tu trabajo ha terminado con efecto inmediato”. No sin después comentarles que recibirían un email de recursos humanos con los detalles de su liquidación. Los tiempos pandémicos han acelerado la historia. Antes, “dar la cara”, era una expresión que refería a un gesto físico y frontal. Garg decidió darla, así sea a través del monitor.
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