Caracas, 27 de febrero de 2022
Cada vez que dos jefes de estado se reúnen, los internacionalistas corren a buscar símbolos. Buscan símbolos, puesto los hay. Los políticos son expertos en esto y a los politólogos les encanta, como si de arqueología se tratase, descifrar el código. Consideramos que en lo particular está la grandeza humana y los casos individuales arrojan historias fantásticas dignas de ser contadas. Los historiadores le llaman microhistoria, los periodistas simplemente “sucesos”. Sea cual sea el nombre, de eso hablamos la semana pasada, con tres casos. En esta, vamos a elevar el podio, dirigiéndonos hacia Moscú y al encuentro entre Macron y Putin.
El escenario es un gran salón blanco. El tópico, la crisis en Ucrania. En el vestíbulo, un mesón de más de 4 metros de distancia. No hay apretón de manos, solo un “sit please” de parte de Putin. Muchos han dicho que nada salió de esta reunión, y es que los efectos de la misma son complejos de analizar en su inmediatez. Macron busca ser el líder de Europa, con la ausencia de Merkle y el Brexit. Lograr calmar a Putin podría darle este lugar, pese a que sus planes salieron poco bien articulados.
Precisamente por el poco impacto que tuvo la reunión, los politólogos se han enfocado en estudiar el escenario. Tanto así que, poco después, se tuvieron que develar los motivos. Putin tiene dos salas en las que recibe a sus homólogos. Una pequeña, acogedora, en donde les da la mano y un abrazo. Otra grande, blanca y fría, en la cual deben subir el tono de voz para siquiera escucharse. En la segunda, recibió a Macron. En la primera, al presidente de Kazakhstan, Kassym Tokaiev.
Pero el criterio no depende de la simpatía política, ni tampoco ideológica, sino del virus. Si el visitante opta por hacerse un test PCR en un laboratorio de Moscú -con resultado negativo, evidentemente-, entonces la mesa corta es la opción. Así pasaría con su gran amigo Húngaro Víctor Orban, quien, pese a haberse hecho la prueba, tuvo que sentarse lejos de Putin luego de que un miembro de su staff saliera positivo.
Putin le teme profundamente al virus. Varias veces han salido reseñas de las cabinas desinfectantes que tiene a la puerta de su oficina y lo riguroso que es con sus reuniones. La mayoría, las atiende vía zoom y ya casi ni viaja. Macron, por su parte, le teme más al Kremlin, que al COVID-19. Por lo que prefiere sentarse lejos de Putin y así no dejar su ADN en un laboratorio Ruso. Esto, que parece sacado de un cuento de Conan Doyle, fue el argumento que dio el mismo equipo del Presidente Francés.
Lo paradójico es que sí aceptó una cena, pero no se llevó sus cubiertos. Quizá lo pensó, pero hacerlo nos hubiera arrojado otro código: un temor desenfrenado por Rusia y por una tecnología que, seguramente, se especula. Y es que ambos Jefes de Estado parecen temerle más a los virus que a las armas. Porque ninguno vacila con enviar tropas cada vez que se ha de demostrar fuerza, pero con los virus no juegan.
Respiro real
La Reina Isabel II lleva 70 años reinando. No es poca cosa, ya celebró su Platinum Jubilee y está cerca de convertirse en el soberano que más tiempo haya gobernado en la historia. En Europa, sólo es superada por Louis XIV. Este, gobernó por 72 años. Claro, con la diferencia de que el Rey Sol fue coronado a sus 5 años, mientras que la Reina Isabel a sus 26. En tiempos distintos y con expectativas de vida diferentes, ambos monarcas han excedido la expectativa de vida de su tiempo.
La Reina Isabel tiene 95 años y las estadísticas anuncian que su mandato puede acabar en cualquier momento. El Servicio Nacional de Estadística británico dice que, para una persona que alcanza los 91 años, suele vivir cuatro años y tres meses más. Dentro de dos meses va para 96, lo que implica que ha superado, una vez más, el promedio.
Es por ello que, con la intención de hacer cierres, pidió que Camilla Parker Bowles, esposa de su primogénito, conservara el título de “Reina”. Pese a que probablemente lo que más aspiraba resolver era el caso de su hijo el Príncipe Andrew. Y así lo lograron, luego de que acordara fuera de la corte con Virginia Giuffre para que el proceso no prosiguiera. Diez millones de dólares especulan los expertos que le costó cerrar el capítulo de acoso sexual a una chica que tenía, para el momento, 17 años. Esto sin contar los millones que tuvo que pagarles a sus abogados, cifra que es incluso más difícil de estimar.
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