Caracas, 10 de abril de 2022
La guerra lleva dos meses y parece estar lejos de acabar. Se ha extendido más de lo que pudo prever Putin, ya que los ucranianos han sabido defender heroicamente su hogar. El mundo cada vez se horroriza más: una imagen de la guerra es más dañina si se deja correr en el tiempo. El terror de las bombas, los refugiados, la destrucción, condena las acciones y pone en entredicho toda la operación. Esto último para aquellos que aún la justificaban, que seguro no eran pocos, y que ahora cada vez serán menos.
Occidente ha actuado con precaución. El temor nuclear existe y parece que a Rusia le sirve más de defensa que de ataque. Evita que haya una operación armada cohesionada y permite que el conflicto siga. Pese a ello occidente no ha quedado de brazos cruzados: inundando a Rusia (y a sus oligarcas) de todo tipo de sanciones. Es una medida de sofocamiento nunca antes vista: excluir a los bancos del sistema SWIFT, cierre de grandes cadenas de alimentos, ropa, etcétera. Bloqueo de transacciones, congelamiento de bienes en el exterior. En fin, un sinfín de medidas que afectarán a la economía rusa por años, y generarán una situación de pobreza generalizada difícil de revertir.
En política internacional a esto se suele llamar soft power, en contraste al hard power, que refiere a las acciones militares y a las agresiones directas. Pese a ello, este tipo de soft power no parece ser tan soft, lo que nos hace pensar que se trata de un híbrido, entre lo fuerte y lo suave, la coerción y la persuasión, la agresión directa e indirecta. Es una manera de hacer daño, profundo, masivo, sin la necesidad de una invasión militar.
Todo por el temor de las atómicas, motivo principal por el cual la OTAN no juega un papel más proactivo. Putin y su Canciller Lavrov lo recuerdan cada vez que pueden, como si al mundo se le pueda olvidar las casi 6.000 ojivas nucleares que tienen. Las cuales no dudarán en usar si la integridad del país corre peligro. Esto fue lo último que dijo Putin, lo que tendríamos que saber leer con cuidado. ¿Acaso las sanciones masivas no ponen en riesgo la integridad? ¿La pobreza, desabastecimiento, default del Estado, entre otras cosas, no perjudica tanto o más? No sabemos y tampoco queremos especular. Esperemos que el sentido común prevalezca; incluso, dentro de la locura que significa la guerra.
Nota al pie: cultura nuevamente en peligro
Hemos escrito varias veces que la cultura siempre sufre un daño colateral. Últimamente vemos ejemplos de la fobia anti rusa que impera por doquier. Fobia atemporal e incluso descontextualizada. Así le ocurrió al pobre Fyodor Dostoevsky, quien no sólo vivió otra época, sino que siempre fue un subversivo ruso, con una fijación occidental. Pese a ello, al escritor lo han removido de programas de estudio en ciertas universidades, siendo el caso más célebre en Italia, en donde el Profesor de la cátedra publicó por las redes un video que generó cierto grado de concientización. O al menos eso creíamos.
Pero, como ya dijimos, a medida que la guerra perdura, el rechazó crece. Ahora sucedió con en el festival de Colorado Springs, en donde anularon a Yuri Gagarin (primer hombre en el espacio) de su programa dedicado al espacio. Lo mismo pasó en Luxemburgo, en donde removieron un busto suyo. Gagarin que murió hace unos 50 años y que se convirtió en uno de los grandes personajes de la historia de la humanidad.
Pero la nacionalidad puede eximirse si de política se trata. Un filósofo alemán, que vivió y murió en Londres (enterrado en el Highgate Cemetery), que nunca tuvo nexos con Rusia y que todo su proyecto político-intelectual se basó en Inglaterra, también fue víctima del escrache internacional. Me refiero a Karl Marx, de quien removieron el nombre de un salón en la Universidad de Florida por considerarlo no apropiado.
La Rusia de hoy no es comunista, pese a que su aparato político y de gobierno comparta una tradición con el pasado rojo. Ideológicamente comparte ciertos temas de seguridad y defensa, reprimiendo fuertemente la disidencia interna y buscando proteger su anillo de influencia. Esta influencia es también cultural, lo que para muchos especialistas fue una de las motivaciones de Putin para invadir Ucrania. Esta última occidentalizándose demasiado, queriendo incluso entrar a la Unión Europea y a la OTAN.
@NelsonTRangel
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