Caracas, 22 de mayo de 2022
Solemos repetir que en política no hay nada resuelto. Líderes vienen y van dependiendo de las circunstancias. Yo soy yo y mis circunstancias, diría Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote. Y nada más cierto en ello. Para ejemplo tenemos a Donald Trump, el arquetipo perfecto del héroe griego, quien se eleva en gloria, cae en desgracia y parece continuar su ciclo.
Un Trump Presidente era impensable hace unas décadas atrás. Un outsider de la política, controversial, misógino, machista y sin formación en el campo, no entraba en la lógica de un país que siempre se ha jactado de tener Presidentes de formación. Sin embargo ocurrió y, pese a tener todas las demás instituciones del Estado encima, logró gobernar por un período; por poco repitiendo. Su Presidencia fue flameante y su caída precipitosa. Perdió no sólo la Presidencia, sino que también se inundó en demandas legales. Lo sacaron de su pódium favorito, Twitter, y quedó aislado en sus castillos dorados rodeados de campos de golf. Se le instauró lo que en la antigua Roma se le conocía como un “Damnatio Memoriae”: buscando eliminar todo vestigio de su memoria.
Pero la vida da vueltas, y la palabra “Trump” sigue resonando en algunos. Quizá por el poco carácter de Biden, quizá por la tragedia actual de la guerra que sesga nuestra memoria y nos hace querer volver a un pasado dorado, así no haya existido. Trump, sea cual sea el caso, está presente y promete pronto volver. Al menos así lo hará a Twitter, luego de que Elon Musk comprara la red social y haya manifestado la intención.
Ese será el primer paso de su retorno, al pódium de la política. Al ágora del mundo. Poco a poco trabajará su candidatura y no nos extrañe que lo tengamos nuevamente en un segundo período. Por su parte, Biden no puede repetir, lo que probablemente lleve a Kamala Harris a aspirar a la Presidencia. Sería un adversario sublime, moderada, inteligente, preparada. Pero en el furor de la política polarizada poco importa esto. Es mejor el que más grita, el que más ruido hace y el que promete utopías y glorias pasadas.
El damnatio memoriae funcionaba luego de muerto el Emperador. Trajano se lo hizo a Nerón, cambiando la cabeza de su coloso por una de Apolo. También enterrando la magnífica mansión “Domus Aurea”, creando un parque encima. Pero la vida da vueltas incluso para los muertos. El haber sepultado la casa de Nerón hizo que se preservara en el tiempo. Se descubrió siglos después e inspiró el arte grotesco. Hoy lo recordamos, negativamente quizá, pero lo recordamos. Incluso, con los atrevimientos de ciertas lecturas históricas que muchas veces buscan reconsiderar al personaje.
Y a diferencia de Nerón, Trump sigue vivo y figurando.
Nota al pie: dejar la licencia
A todos nos habrá pasado en alguna oportunidad salir sin la licencia de conducir. Sabemos que es un riesgo, puesto andar indocumentado resulta un problema en caso de encontrarse con alguna autoridad. Pero no es tan grave en otros países, puesto la licencia no se hace efectiva si se carga encima. La licencia es una demostración de que tenemos las habilidades y estamos condicionados para manejar cierto tipo de vehículo. Por lo que, en caso de no tenerla con uno, los agentes son capaces de revisar en un sistema que poseen si en efecto estamos registrados. Bien sabemos que esto no ocurre en Venezuela.
Pero imagínense dejar la licencia de piloto de avión comercial. O, peor aún, no tener la correcta. Es lo que le sucedió a un piloto de Airbus A330 de la aerolínea Virgin Atlantic que se dirigía desde Londres hasta Nueva York. Resulta ser que, luego de despegar, las autoridades percataron que no cumplía con el último vuelo de prueba, por lo que tuvo que devolverse. Menos mal y se percataron 40 minutos después y no cerca al destino. Nueva York queda a ocho horas de Londres y es probable que el combustible del avión no hubiese sido suficiente para ir y volver, sin aterrizar.
Los pasajeros, al final, sufrieron un retraso de casi tres horas en total. Sin contar las incomodidades del caso. Subirse a un avión es siempre una prueba de fe y cualquier imprevisto nos hace pensar en el peor escenario. Las tres horas fueron lo de menos, seguro la incertidumbre de los pasajeros resultó el verdadero calvario.
@NelsonTRangel
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