Caracas, 29 de mayo de 2022
Retomo una anécdota milenaria que citaba hace justo un año en un artículo de esta misma columna: “Nos cuenta Salustio (en guerra de Jugurta) que apenas Jugurta se entera de la debilidad que tienen los romanos por los sobornos, reza: ‘urbem venalem et mature perituram, si emptorem invenerit’, que en español quiere decir: ‘una ciudad en venta y condenada a su destrucción, si consigue un comprador’”.
Recordé la anécdota luego de ver el desarrollo desenfrenado que está teniendo la ciudad de Caracas. Un desarrollo, además, que parece descontrolado cuando se trata de dinero. Está imperando el frenesí del capitalismo, que se rige únicamente por la capacidad de pago que tengan las personas. Todo parece resolverse de esa manera, ya no hay limitantes de ningún tipo. Es el extremo opuesto al discurso oficial de las últimas dos décadas, un país distinto, con un modelo diferente.
Ni siquiera voy a caer en el tema de los emprendimientos privados, ya que son innumerables. Y es que no es secreto para nadie que la riqueza se encuentra aquí. Emprender genera riqueza, empleo y bienestar. No es algo nuevo, es una fórmula probada. Aquí la decidimos ignorar durante algunas décadas, abrazando las tesis de un estado depredador propietario que asfixiaba al sector privado.
Esto se acabó y no sólo desde el ámbito privado. Me impresiona particularmente el capitalismo de Estado. Pequeño, mediano, grande, de todo tipo. Basta con salir y apreciarlo. Si van al teleférico que sube al Ávila verán cabinas VIP que cuestan $60. Si van al aeropuerto internacional de Maiquetía encontrarán servicios premium (para saltarse la cola y tener en dónde pasar la espera) por un costo de $70 por persona. Esto sin contar con la privatización de las empresas públicas. Ya que, vender acciones de CANTV, PDVSA y demás, es lo mismo que privatizarlas.
No se me malinterprete, aplaudo una economía normalizada, sana en dónde todos puedan participar. Pero no deja de dejarme perplejo los cambios tan bruscos y en tan poco tiempo. Un migrante que retorna, sentirá que viajó a otro lado. Aún con sus dificultades en los servicios públicos, pero con cambios que hacen irreconocible al país.
Salustio nos dice que la debilidad por la riqueza trae la destrucción de una ciudad. Aquí habla de corrupción, situación que lamentablemente conocemos de cerca. Es por ello que, cuando hay dolientes, las cosas tienden a funcionar mejor. Esto ocurre con la privatización y esto se está empezando a ver en Caracas. Desconozco la realidad de otras ciudades, aunque me llega información que el eco se está también sintiendo en el interior. Esperemos que siga así y que no tengamos que volver a lamentarnos de la destrucción de una ciudad, que nunca debió pasar.
Nota al pie: Una de espías
El espionaje está de moda, pero no en la ciencia ficción, sino en la realidad. Al menos ese es el escándalo actual en España, con la problemática del software Pegasus utilizado para intervenir los celulares de varios dirigentes políticos involucrados con el procés catalán. Lejos parece haber quedado las historias de los agentes encubiertos, dejando ahora recaer todo en la tecnología. Esas historias inspiraron a autores como John le Carré y se nutrieron durante la guerra fría. Historias que involucran personas, humanos, sentimientos, lo que podía perjudicar la misión, pero le daba un toque exótico al cuento. Una de las historias más conocidas fue la de la agente de la CIA Marita Lorenz, quien, en su misión por asesinar a Fidel Castro, terminó enamorándose de él. Vaya paradoja.
Pero en la increíble normalidad, fuera de la esfera de la política, también existen casos románticos. Fue el de Vicky White, policía estadounidense de Tennessee quien se enamoró de un preso, planificó el escape y se dieron a la fuga juntos. Un policía ejemplar, de sólo 56 años, perdió su carrera y su vida luego de una persecución policial. Su amante o novio, Casey, de 38 años, condenado por homicidio, fue quien la impulsó al gran escape. Pero White no vive en una novela de le Carré, ni tampoco en un film sensacionalista. La huida les salió mal y la adrenalina les duró apenas 11 días. Escaparon, se escondieron en un hotel, los encontraron, y murió después de autoinfligirse un tiro. Por su parte, Casey vive y seguirá haciéndolo bajo las rejas.
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