Caracas, 19 de junio de 2022

Siempre me ha llamado la atención el hecho de que nuestras autopistas estuviesen decoradas por arte. No es nuevo -ni mucho menos de los últimos 20 años- el querer colocar esculturas que acompañen al conductor durante su travesía al volante. Sobre todo en vías largas y en aquellas en las cuales se forman grandes atascos de tráfico. La Francisco Fajardo de Caracas (ahora Guaicaipuro) es vivo ejemplo de ello. Y no sólo por la gran esfera de Caracas (la de Jesús Soto) que se ha convertido en nuestra Torre Eiffel caraqueña. Es decir, en un monumento turístico y fotográfico que aprovecha el público. Sino por una cantidad de obras que se han ido congregando con el tiempo lo que hace placentero el viaje al volante.

Pero adornar las autopistas es de vieja data, incluso de cuando no existían. Revisando las Memorias del Ministerio de Obras Públicas del año 1908 al 35, para un trabajo sobre la vialidad durante la primera mitad del siglo XX, encuentro una curiosidad. En un apartado de la Gran Carretera de los Andes (conocida, también, como Trasandina) está inmortalizado el pensamiento: “Como es natural, en toda vía de comunicación por serranía el mayor gasto de la construcción está representado en sus obras de arte”. Lo que quiere decir que la práctica inició con las carreteras y lleva más de un siglo ejecutándose. ¿A partir de cuándo? No lo sabemos, pero al menos podemos afirmar que el venezolano ha siempre apreciado adornar sus grandes vías de comunicación. Y es probable que la práctica haya iniciado aquí, con el Gran Plan de Vialidad Nacional, el primero del siglo XX. Puesto antes de ello, la conexión del territorio era escasa y maltrecha.

Lamentablemente, el arte no siempre es oportuno y muchas veces no embellece, sino todo lo contrario. Ciertos tramos de la nueva autopista Guaicaipuro es prueba de ello. No solo ha sido revestida con su nuevo nombre, sino de un sinfín de murales que hacen alegoría al mal gusto. Acuarelas y runas, superpuestos por caras realistas. Una combinación extraña que lo encabeza un coloso dorado cuyas dimensiones no se comprenden frente a palmeras, del mismo estilo, que miden la mitad de una de sus piernas. Es todo un viaje astral que realmente nos remonta a los indígenas. Pero quizá luego de haber ingerido algo de ayahuasca, una bebida tradicional de ciertos pueblos que dicen que genera efectos alucinógenos. Ojo, dicen también que es medicinal y completamente legal en Venezuela.

De novedad también tenemos a las palmeras, supuestamente traídas de Margarita. No me incomodan, al contrario, puesto el verde siempre es bienvenido para contraatacar al caluroso asfalto. Es extraño, sin duda, ya que no se trata de una planta propia de Caracas. Pero también oportuna por su fortaleza y resistencia. La palmera puede aguantar la desidia sin mayor problema. Vive en el calor y requiere de poca agua. Duran décadas y mueren sólo luego de ser infestadas por gusanos y no haber sido fumigadas por muchísimos años.

Por último tenemos aquellas gotas que caen como meteoritos en la tierra. Las que se encuentra a la altura del CCCT y las que nos recuerdan al petróleo que tanto nos ha dado. Una de ellas, por cierto, volteada y agujerada en el centro. Leía hace poco en Twitter que se debe a un accidente de tránsito -que no dejó víctimas-, lo cual tendría sentido por la ubicación. La Mona Lisa corre el riesgo de un agravio peatonal, por lo que debe ser cubierta por una capa gruesa de vidrio que la proteja. Esto ocurrió hace poco en el Louvre, cuando un visitante disfrazado de anciana le lanzó una torta a la obra. Su intención no era dañarla, sabía que era imposible hacerlo. Lo que buscaba era figurar en las redes y ganar algo de notoriedad. Lo logró y figuró en todas las noticias y se regocijó de los likes que pudo haber obtenido. Por su parte, las obras en la autopista están más protegidas en ese sentido, por un muro de carros que circulan a alta velocidad y el miedo de que un peatón sea atropellado tratando de alcanzarlas. Pero no así de los vehículos, que bien pueden estrellarse contra ellas.

Pronunciarse o nada

En una ciudad italiana, Gorizia, tres violinistas rusas han sido excluidas. Y no por haberse pronunciado a favor de Putin, ni tampoco por tener vínculos con el Kremlin. Mucho menos por haber utilizado la Z en pleno concierto. Al contrario, por no haberse pronunciado en contra de la guerra. Incluso el silencio te condena.

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