Caracas, 26 de junio de 2022

No podría considerarme un crítico teatral, pero al menos seré un entusiasta que aprecia particularmente las artes escénicas. He podido cultivar un criterio, propio, informal, no especializado. Y lo resalto puesto comentaré mis impresiones sobre Hamlet, la producción criolla de Claudia Salazar y José Manuel Suárez. Publicando así un artículo distinto a lo estilado, apartándome por una semana de la opinión política y social.

Antes que nada resalto lo positivo: la actuación. Chapeau! Es la palabra que me viene en mente al reconocer una obra bien ejecutada. Los diálogos shakesperianos son complejos y largos, lo que no fue óbice para que el elenco se los aprendiera y replicara de manera magistral. El vestuario también entraba en sintonía con la buena ejecución de los personajes. Los mismos, coloridos, manifestaban emociones y estados espirituales. Los fantasmas inquietos salían en blanco. Las pobres mentes perturbadas, en negro. Los que se regocijaban de su vida -o ignorancia- de múltiples colores, resaltando el rojo. En fin, una combinación estupenda entre actuación y vestuario.

Ahora, lo negativo. El escenario carecía de un desarrollo digno de la obra. Un par de andamios unidos que giraban constantemente sirvieron para casi la totalidad de las escenas. Lamentable situación para una obra cuya entrada era todo menos económica. Y hago la sentencia comparándola con teatros de gama mundial, a los cuales he tenido la oportunidad de visitar. Esto sin contar que los costos operativos en Venezuela siguen siendo bajos comparados con los antes mencionados. Es decir, no encontré justificación. Y menos cuando, en ciertas ocasiones, salían gigantografías de caras de personajes a través de pantallas que colgaban de los andamios. Una situación, por lo menos, extraña.

La música. Mi crítica no es con la orquesta, que desempeñó un trabajo estupendo. Pero sí con el repertorio escogido. El sincretismo criollo en su intención por tropicalizar la obra rozaba en lo absurdo. Salsa, bailes caribeños no deben mezclarse con la tragedia shakesperiana. Y no por un tema canónico, sino para no desvirtuar la esencia de la misma. La tragedia es tragedia por un motivo. Lo que se quiso suavizar con chistes, bailes y malos acompañamientos musicales. Sería igual de absurdo buscar una comedia y hacerla trágica. Los géneros son distintos por un motivo.

Y como punto neutro concluyo con el género absoluto de los participantes de la obra: la mujer. Ya comenté que la actuación es de primera y, dentro del mundo teatral, poco importa quién desempeñe el rol, siempre y cuando el producto sea elevado, como fue el caso. El punto es que, cuando vemos una absoluta predominancia de un género, podemos sospechar una agenda oculta. Alguno me lo comentó: se quiere visibilizar a la mujer en un mundo que antes no le pertenecía. ¿Cuál mundo?, ¿el teatro? ¿Y no es esta una batalla ya ganada? Buscar enfrascarse en luchas pasadas, ya superadas, es caer en la exageración dentro de la intención. Y no hay peor enemigo para un movimiento que aquellos que lo exageran.

Finalmente, me es grato saber que existe un interés y un pensamiento crítico dentro de las generaciones venideras. Así lo noté al preguntarle a mis estudiantes si habían visto la obra. Sólo uno lo había hecho y sus comentarios los repliqué en este artículo.

La crítica no es desprecio, todo lo contrario, es apreciación. Y tenemos que aprender a normalizarla para enriquecer el debate, cortar los sesgos absolutistas y acostumbrarnos a discernir y pensar por nosotros mismos.

Nota al pie: vivir dos años más

¿Cuánto vale vivir dos años? O, ¿qué tendríamos que hacer? Según la OMS reducir la contaminación de forma permanente nos llevaría a cumplir esa meta. Reduciendo así las partículas dañinas que respiramos. Es decir, la expectativa de vida no está únicamente ligada a la mejoría de la tecnología, ni de la medicina, sino también en la calidad del ambiente en dónde vivimos. Dos años en promedio, pero hasta ocho en ciudades muy contaminadas. Es por ello que el énfasis ha de cambiar, y no sólo por nuestra propia expectativa de vida, sino también por la del planeta. 

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