Caracas, 18 de septiembre de 2022
La proliferación de restaurantes en Caracas no deja de impresionar. A diario, vemos nuevos conceptos, lo que ha hecho que la oferta gastronómica de la ciudad se convierta mucho más rica de lo que jamás conocí. Y no sólo más rica, sino más competitiva. Los elementos decorativos, promociones, oferta gastronómica, etcétera, se hacen notar. La competencia existe, y es sana, y se debe a ella que los locales de comida deben reinventarse constantemente para sobrevivir. Muchos sostienen que la prueba de fuego es el año. Superado el mismo, se le augura un buen destino al lugar.
Lo que resulta difícil de comprender son los precios extremadamente elevados. Venezuela es una economía complicada, de grandes riesgos y con servicios básicos decadentes. Pero los precios siguen sin reflejar la realidad del país. Veía, el otro día por TikTok, que los márgenes de ganancia de una pizza margarita en Inglaterra eran del 8%. Es decir, una pizza cuyo precio de venta fuese ocho libras le arrojaba al propietario 68 centavos en ganancias después de impuestos y estructura de costos. En Venezuela no conocemos estos márgenes y la mayoría de los restaurantes quieren sacarle un provecho excesivo a la comida.
Pero el precio lo establece el mercado y si los clientes están dispuestos a pagarlo, entonces así permanecerá. Lo que me recordó a otra noticia -esta quizá de buen marketing- de un dueño de restaurante en Lecce, Italia, que vende una pizza margarita ordinaria a 49 euros. La única diferencia es una B gigante que le dibuja con hojas de albahaca en todo el centro de la pizza. La cual no significa Bitcoin -lo que espantaría a los clientes- sino Briatora, nombre que le dio a su pizza. Su estrategia es sencilla y la dice claramente: “esta pizza cuesta en el sur del país 4 euros, yo la pongo en 49, es la misma, pero el precio llama la atención”. Y así vende. Porque lo caro atrae a muchos consumidores que relacionan precio con calidad.
Lo propio sucede con las marcas de lujo, como Louis Vuitton, que prefieren destruir sus colecciones viejas antes de venderlas con descuento. Consideran que hacer lo último le restaría prestigio a la marca que se caracteriza tanto por calidad como por sus precios exuberantes. Seguramente fue lo que pensó Umberto Del Prete, dueño del restaurante con la margarita ordinaria más cara de Italia. El mundo es un lugar extraño que jamás deja de impresionar.
Nota al pie: aspiradoras
Un video da vueltas por internet: dos jóvenes muy cómodos en la línea M1 del metro de Milán, sentados, esperando su parada, sacan un estuche con varias líneas de cocaína y la aspiran frente a los demás. El video impacta por la tranquilidad de sus protagonistas que hacen el acto con una normalidad que casi convence de la legalidad de la droga. Es como volver a un pasado distópico, en donde estaba permitido fumar en los vagones. Pero mucho peor, porque se trata de cocaína y no de tabaco.
El boom económico vivido en Venezuela está trayendo consigo nuevas formas de entretenimiento. La cocaína -y una símil pero rosada, llamada tusi- son comunes en la calle. Es lamentable, pero basta con salir de noche para notar que las aspiradoras nasales están encendidas. Cosa que jamás había visto, ni siquiera en mi época universitaria. En aquel entonces, era la mariguana y en casos muy reducidos. Algunos la consumían, pero con cierto recelo. No con la impunidad ni la tranquilidad de aquellos chicos del metro de Milán, la misma que está imperando ahora mismo en Venezuela.
Todo indica que la mariguana será legalizada tarde o temprano en todas partes y que la lucha actual quedará recordada como una exageración del desconocimiento. Pero la cocaína es otro cuento y basta con enterarnos del proceso de creación para percatarse que es veneno puro. Por su parte, noto que los consumidores actuales pertenecen, casi en su mayoría, a la generación z. Quienes son fácilmente reconocibles porque acompañan su fiesta con una chupeta por la sequedad que les genera la ingesta de estupefacientes. A los millenial nos criticaban de generación débil y frágil, puesto crecimos en un mundo mucho más acomodado que nuestros padres. Pero -al menos en Venezuela- esa comodidad no nos hizo intoxicarnos como generación.
@NelsonTRangel
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