Caracas, 4 de diciembre de 2022
No sigo el fútbol, ni tampoco ningún deporte. Practico el tenis, pero me aburre ver la competición. Salvo cuando se trata de un mundial de la FIFA, el cual se convierte en un evento planetario, medianamente civilizado. El fútbol es la política por otros medios, de esto no me caben dudas. Me bastó con vivir un tiempo en Barcelona, España, para notar que la rivalidad del procés se ventilaba en el Camp Nou. Es medianamente civilizado, me atrevo a decir, ya que nunca faltan los hooligans que prometen acabar con la paz del deporte. Y mucho más si hay alcohol de por medio.
Esto último no ocurre en Qatar 2022, puesto está prohibido beber en los estadios. Noticia que no tomó bien Budweiser, que tenía los derechos para vender cerveza durante el mundial. Pero Qatar es un país severo, con políticas culturales desconocidas en occidente. Las cuales van más allá de una prohibición en la ingesta y se sitúan en la segregación social. Segregación que también comparte Rusia, país sede del mundial pasado. Tanto así que la semana pasada su embajada en Canadá tuiteó lo siguiente: “se trata sobre la familia, que es un hombre, una mujer y un niño”, junto a una bandera arcoíris cancelada por una barra.
Los gais la tienen difícil en Qatar, lo que ha llevado a muchos a protestar públicamente. El brazalete “One love” era la vía, hasta que la misma FIFA lo prohibiera. No se debe molestar al dueño de casa, habrá argumentado. Pero los ingenios han sabido manifestarse, buscando demostrar indignación ante las cámaras. El último vino de la mano de Harry Kane, el capitán del equipo inglés. Como no puede usar el brazalete, se puso un Rolex decorado con cuarenta y siete zafiros coloridos que hacen una suerte de arcoíris. Indudablemente el reloj se ve, seguramente a kilómetros de distancia, alumbrando más que un faro. Así, demostró bien su punto, haciéndonos saber a todos que es millonario. ¿O pretendía decir otra cosa?
Un documental pertinente
Netflix aprovechó la fiesta del fútbol y el hype progresista para posicionar un documental sobre la corrupción dentro de la FIFA. No hay que saber de estrategias en el campo, ni de jugadores célebres para ver el mismo. Es interesantísimo notar cómo el hombre aprovecha cualquier circunstancia para el provecho propio. Negociaciones millonarias, sobornos, etcétera. Todo para incidir en un evento que capta la atención mundial.
Quedé impresionado con el documental, por lo que quise comentarlo con mis amigos conocedores del deporte. Ninguno le dio importancia, para la fanaticada poco importa si un funcionario cobró un dinero por ejecutar un mundial en Qatar. O si Adidas le pagó al ex presidente de la FIFA para tener todos los derechos de transmisión del evento. Para ellos, lo que importa es el deporte y los partidos. El negocio que se hacen con ellos es tema de políticos. Y nada explicaría mejor que una institución tan desprestigiada como la FIFA siga existiendo y operando como si nada.
El deporte puede más que cualquier indignación. La pasión trasciende cualquier escándalo que parece olvidarse con el pito inicial de los partidos. Interesante la psicología del deporte.
Nota al pie: Una distopía privada
Desde la adquisición de Twitter por parte de Elon Musk, los usuarios han visto incrementar sus interacciones y alcance. Aparentemente se trata de la “liberalización” de Twitter, que antes estaba fuertemente censurado. Google y Apple están considerando quitar la aplicación de su plataforma, lo que llevaría a Musk a producir teléfonos y un software nuevo. No se trata sólo de una batalla comercial, se trata de una batalla sobre el manejo de la información y de la censura. Lo realmente increíble es que sean las corporaciones las que se disputen la batalla y no los gobiernos, sindicatos y partidos políticos. La libertad de expresión es un bien privatizado y los ciudadanos parecemos depender de estas empresas para expresar nuestros derechos. Ni Orwell pensó en una distopía tan absurda.
@NelsonTRangel
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