Caracas, 22 de enero de 2023
El vandalismo no perdona al arte. Y los radicales suelen usarlo de medio para un fin. Así lo vemos con los adeptos de Just Stop Oil, quienes adoptaron la detestable práctica de atacar el arte en museos, llenando los cuadros de pintura y pegando sus manos a los vidrios de las obras. Así, estamos seguros que lograrán que las grandes refinerías en Arabia Saudita dejen de extraer petróleo y que las centrales nucleares en construcción reconsideren su desarrollo.
Lo decíamos hace poco y lo volvemos a repetir. El fin no siempre puede justificar los medios, sobre todo cuando estos no corresponden al fin en sí. Es una mala correlación la que hacen, descargando su ira contra Monet o Van Gogh. El arte es una escapatoria a la realidad, es catarsis a los sentidos. Es así como lo que se genera es la satirización de la causa y las restricciones a aquellos que queremos apreciar el arte. No se extrañen que por culpa suya ir a un museo tenga más controles que un aeropuerto.
Pero la realidad es que los ecoterroristas no fueron los últimos en atacar al patrimonio, sino otros radicales de lucha distinta, pero que de igual forma atentan de manera errada contra algo que nada tiene que ver. En este caso nos referimos a las hordas bolsonaristas quienes atacaron la Presidencia, el Congreso y el Tribunal Supremo de Brasil. Todo, mientras su mesías monitoreaba la redada desde Florida. Lo que vimos fue un film viejo, una historia repetida, de un asalto derechista a las instituciones del poder. La receta probablemente se la dio Trump quien también reposó en silencio cómplice mientras la turba entraba a su Congreso.
Pero este asalto fue mayor y dejó algunos daños irreparables. Ciertos daños estructurales podrán ser restaurados, como los sufridos por los edificios diseñados por Oscar Niemeyer que, bajo la máxima brasileña, “Orden y Progreso”, jamás pensaron en ser vandalizados. Otros, sin embargo, difícilmente serán repuestos: como un jarrón chino de 3.500 años de la dinastía Shang, que ahora se encuentra desaparecido; o un reloj de Balthazar Martinot (célebre relojero de Louis XIV), que sufrió daños irreparables.
Jan Valjean -recordaba siempre un querido Profesor- hambriento cometió el delito de robar unas hogazas de pan. En su espíritu no estaba el de cometer una fechoría distinta a su necesidad, sino que el desespero del hambre lo llevó a un instinto de supervivencia. El ejemplo siempre es pertinente cuando las hordas enarbolan una consigna pero sus actos contradicen la lucha. En este caso -asumimos nosotros- es la indignación sembrada por Bolsonaro por el resultado electoral. Que alguien me explique qué tiene que ver esa lucha con robarse un jarrón chino o dañar un cuadro de Di Cavalcanti.
Nota al pie: El maltratador
Me explicaba un amigo psiquiatra que existe una relación contradictoria y viciosa entre la víctima y el maltratador. La víctima reconoce el problema, sufre, pero cae en el infinito juego del perdón y de la justificación. Cae, ante las falsas promesas de mejoría, los infértiles mensajes de amor y los regalos estériles del maltratador. Es una víctima de sí misma, que se engaña y se aprisiona en una relación que la destruye y construye, todo el tiempo.
Me vino a la mente esta conversación con el plan de Rusia para reconstruir Mariupol. Una ciudad que fue arrasada, por meses de asedio, en donde murieron 25.000 personas y donde el 90% de las edificaciones sufrieron las inclementes bombas, ahora está siendo reconstruida por el mismo que, pocos meses atrás, la destruyó.
El plan plantea la construcción de 8.750.000 metros cuadrados de viviendas para el 2035 y ya se pueden visualizar algunas culminadas en la calle Kurpina. Esta acción, más allá de un lavado de imagen internacional, es la típica actitud del maltratador: que te golpea y luego corteja, te destruye y luego promete un futuro mejor. Es una relación estéril, disfuncional que, tarde o temprano, estará condenada a terminar.
@NelsonTRangel
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