Caracas, 9 de abril de 2023
Los mercados son sensibles, y cualquier perturbación en el estatus quo puede alterar sus valores. La incertidumbre es su peor enemigo, demostrando que se requiere de una estabilidad plena -con buenas proyecciones- para que los mismos permanezcan y crezcan. Ejemplos de quiebres súbitos tenemos por doquier. Pero las criptomonedas son quizá el mejor ejemplo de ello.
Elon Musk es un perturbador de los mercados. Suele jugar con ello para beneficiarse de las subidas y bajadas que él mismo genera. Lo propio lo hizo con Twitter, lo que generó una presión insostenible dentro de su junta que lo obligaron a vendérselo. Fue probablemente una maniobra brillante, pero cuestionable. Su juego es sucio, el cual lo disfraza con una irreverencia jocosa que genera simpatías.
Lo mismo ha hecho, varias veces, con la moneda Dogecoin. La misma que tiene como emblema un perro japonés raza Shiba Inu y que ha tenido en Musk un seguidor cercano. Sea por “trollear” o no, Musk se ha ganado varias demandas por generar cismas en los mercados. De hecho, a principios de 2021, a través de un sencillo tuit que rezaba: “Una palabra: Doge”, fue demandado por 258.000 millones de dólares por inversores de la misma criptomoneda.
Pero sus maniobras no paran y, si bien parecen reinadas por la improvisación, Musk no es uno de los hombres más ricos e influyentes del mundo en vano. Es meticuloso y calculador y todas sus acciones tienen una contraprestación. Lo último: cambiar el logo de Twitter por la cara de la Dogecoin, lo que hizo que su valor se disparara en más de un 30%. Y, si bien estos movimientos tan bruscos tienden a tener un efecto retroactivo, es precisamente esa ventana de precio inflado la que genera fortunas fugaces.
Es probable que Musk esté operando en las sombras con empresas que se encarguen de la compra y venta de activos. Y, siendo él un factor que influye en los precios, se paga y se da el vuelto. Lo hace, además, a través del foro público mundial más efectivo, Twitter, el cual le pertenece también. Es un magnate de las turbulencias, quien se hizo de todas las herramientas necesarias para lograr su acometido. Todo, además, disfrazado bajo un discurso altruista -libertad de expresión, democracia, fin de la censura, etcétera-, que lo que hacen es desviar la atención del plan original. Brillante.
Basta con ver cualquier maniobra, y su correlación con “la humanidad”. Twitter está ligado a la libertad de expresión y el fin de la censura estatal. Starlink a la masificación de la información, tomando a la guerra en Ucrania como un punto de referencia. Tesla es la empresa verde que salvará el planeta. Y, de no lograr hacerlo, SpaceX nos conseguirá uno nuevo. Todo se retroalimenta en un ecosistema altruista perfecto.
Nota al pie: hasta que la muerte los separe
En el mundo actual, es más fácil quemar la casa que buscar repararla. Con la proliferación del divorcio, visto de manera positiva socialmente hablando, la inestabilidad en los hogares cada vez es más creciente. De hecho, estadísticamente la mitad de las parejas no duran y el poliamor está cada vez menos condenado. Los causales de divorcio aumentan y, a medida que pasa el tiempo, resulta mucho más sencillo terminar una relación. Ahora, divorciarse es simplemente otra etapa de la vida.
El problema recae cuando las buenas costumbres se dejan permear por las viejas y los antiguos se seducen por los modernos. Es quizá el caso de Wolfgang Porsche, nieto del fundador de la homónima marca de automóviles quien, a sus 80 años, ha decidido terminar su matrimonio con Claudia Hubner. Porsche fue terriblemente sincero: “no la soporto más”. Al parecer su esposa tiene una enfermedad motora que le impide moverse con autonomía. Y, como él “hasta que la muerte nos separe” es simplemente un protocolo ceremonial, cabrá cambiarlo a “hasta que la paciencia aguante”.
@NelsonTRangel
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