Caracas, 7 de mayo de 2023

El término “sustitución étnica” está de moda en Italia. Pese a no ser nuevo. Cada cierto tiempo, algún político de derecha desempolva el argumento, temeroso de que la población europea sea sustituida por emigrantes. Es un término que esconde muchos aspectos culturales, como también raciales. Se teme perder el color de piel y las creencias religiosas. Esto, entre muchas otras cosas. ¿El motivo? El déficit poblacional que tienen muchos países -como España e Italia- en donde tener hijos no es una prioridad. El mundo globalizado de los estímulos ha creado la idea de que la felicidad está en la movilidad constante. Cosa que, un hijo, te limita considerablemente.

Más allá de esto, existen claros motivos económicos. Otro argumento de peso es que mantener una nueva vida resulta cada vez más complejo. Sin duda, si no nos desprendemos de los egoísmos y aceptamos cierta austeridad para redireccionar nuestros esfuerzos a los hijos. Al final, el planeta no es quien nos necesita. De hecho, está mucho mejor sin nosotros. Es nuestra propia cultura la que requiere ser transmitida para perdurar en el tiempo.

El Ministro de Agricultura italiano, Franceso Lollobrigida, fue quien revivió el debate. “Nos están sustituyendo” es el llamado de alerta ante la teoría del gran reemplazo. Al final, los grupos sociales se extinguen, mutan y se adaptan. Italia es perfecto ejemplo de ello, siendo un pasticho cultural que ha recibido influencia de todas partes del mundo.

Por tan sólo mencionar un ejemplo elocuente, tenemos el plato más cotidiano y típico de todos: la pasta con salsa de tomate. La pasta seca es árabe y fue importada en el año 1.100 en Sicilia. Luego, el tomate es centroamericano y llegó 400 años más tarde a Napoli. La albahaca es más antigua y la comercializaron los griegos y después los romanos. Viene de Asia Menor y deambula en la península desde el 350 antes de cristo. El aceite de oliva proviene del medio oriente y el ajo de Asia. Toda una sustitución étnica culinaria que dio origen a un plato 100% italiano.

El temor por perder los lazos culturales que unen a una determinada población es cierto. Sin embargo, no se trata de una invasión lo que lo está generando. Es la misma población que se está autodestruyendo, abriéndole campo a los foráneos que buscan aportar a la sociedad. La solución, por ende, está lejos de ser cerrar las fronteras, sino incentivar la procreación interna y expandir los valores culturales a los recién llegados.

Integración étnica

Tal fue el caso de Ibrahim Songne, oriundo del Burkina Faso, que llegó a Italia hace 19 años. Hoy tiene 31, lo que implica que la mayor parte de su vida la ha transcurrido en Trento. No sólo es italianísimo, sino que tiene una pizzería que se encuentra en el número 39 en todo el país. Es decir, se adaptó tanto al sabor cultural, que demostró que nacer en el sitio no es lo único que te hace pertenecer al lugar. Sino la adopción sana y voluntaria de su cultura, de la cual se quiere formar parte.

Pese a ello, Ibrahim lo tuvo todo menos fácil. En 2018, cuando emprendió su negocio, los locales le advirtieron que nadie entraría a su pizzería. ¿El motivo? Su tez y rasgos diversos, como si la correcta ejecución de un plato dependiera de los pigmentos de la piel. Hoy, puede contar su historia de éxito. Y no de sustitución, sino de integración étnica.

Nota al pie: multando a la cultura

En Bergamo -Italia- una profesora retirada decide hacerle un tour privado a algunos amigos. Hacen un grupo y se van de paseo el fin de semana por el centro de la ciudad. Siendo una conocedora del tema, resalta las bellezas de la Ciudad Alta, encantando a sus compañeros. La policía, al verla, le pide su licencia de guía turística, la cual evidentemente no tiene, porque no ejerce dicha profesión. Por ello, fue multada por 1.333 euros.

Esta es una historia real, la profesora se llama Rosita Corbetta y demuestra que el mundo está lleno de absurdos.

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